Wednesday, August 24, 2016

Hasta el fin del mundo (8 sur 8)


Vladivostok: ¡donde Yuri G. perdió la zapatilla!


un(t)raveling 2016,"hasta el fin del mundo", desde la estación espacial internacional.
Por si algunos han dejado pasar los capítulos anteriores, aquí estamos: Wallis (36 primaveras y 51 kilitos) y Futuna (38 años y 69 kilos a estas alturas); recién aterrizados en Vladivostok; mejor dicho, recién caídos del tren #002 Rossiya, tras 9300km entre Moscú y acá por el railway transsiberiano - el más largo del mundo mundial. El viage empezó mucho antes, realmente, ya que llegamos a Moscú en tren desde Riga; a Riga en autocar desde Warsawa; a Warsawa en tren desde Berlin; a Berlin en autocar desde Toulouse; y finalmente (hacia atrás se entiende, porque realmente fue eso el comienzo) a Toulouse en tren desde Albi - aunque estábamos días antes en Barcelona y en el Ariège: tampoco va de 250km. En total, un poco más de 13 000 kilómetros de transportes terrestres y en común para alcanzar este pequeño gran fin del mundo, al fin del fin del continente. Otros dirían que el viaje nuestro empezó mucho antes: con este blog y nuestra declaración de intención de ir a un(t)ravelear por todos los cotidianos que se nos presentasen, abrazándolos. No obstante, el resultado de esto y todo lo demás es que pasadas las diez de la noche, sigue lloviendo aquí que da gusto, estamos empapados otra vez hasta la médula y nuestra desesperada búsqueda de un autobús queda en vano. Cuando no somos difíciles: nos vale un 22, un 13, un 37, un 2B. Incluso un 65, terminando a pie si hace falta...
el emblemático puente de Zolotoy, firmando los 2 V de VladiVostok en el skyline.

Ha pasado más de una hora ya desde que llegamos a la estación, pero no ha pasado ninguno de los que nos convienen. Dicen los locales - muy amables y muy anglófonos todos (¡nada que ver con Moscú!) - que vaya mala suerte y qué raro: hoy no han visto ninguno de estos. Le preguntamos a un chófer que responde que "hoy va a ser que no y mejor pillar un taxi o esperar hasta mañana: a lo mejor mañana sí que circulan". Bien. Que sea un taxi. Al único que hay por la zona, no le suena nuestro hostal y no quiere ir hasta el otro lado del puente igualmente. Hay que insistir, suplicar y eso tiene precio. Dice que lo hará por 500 rublos (cuando leímos en foros y páginas varias que con 300 rublos te deberían llevar a cualquier sitio o pasearte durante una hora). Negociamos un rato pero no baja de allí y a estas alturas, regatear es absurdo. Tiene las de ganar, lo sabe. ¡Venga! Es de noche, llueve, estamos cansados, mojados y sucios. Mientras nos acercamos, nos va preguntando acerca del hostal (reservado en booking.com), pasa "delante" un par de veces sin que ninguno de nosotros lo vea. Se va rallando. Terminamos abriendo nuestro gmail en su smartphone para checkear el mapa, que nos confirma que es donde dice él, y donde nos pretende abandonar: ¡una tienda/taller de reparación de jetskis! en el fondo de un callejón oscuro detrás de un supermercado, en el borde de la mega avenida Kalinina (con pinta de autovía) que une los dos puentes gigantes: el de Zolotoy y el de Russkiy. Al final, nos deja allí tras haber averiguado con dos peatones que esa es la dirección indicada en nuestra reserva: misión cumplida. Está satisfecho de deshacerse de nosotros y se pira rápido. Llamamos al timbre de la tienda de jetski y no contesta nadie, por supuesto. No llueve más: ya es algo. Al cabo de un rato, pasa una pareja de jovenzuelos que nos ofrecen llamar al hostal: hablan un rato con una mujer que al parecer les dice que sí: es aquí y hay que llamar al timbre de la tienda de jetskis.

un(t)raveling o el arte de llegar sin querer a sitios donde nunca hubieras querido llegar.
Así que volvemos allí a picar y esta vez: ¡bzzzzzt! se abre la puerta automática. Desde una galería exterior que flanquea la primera planta de un austero edificio, nos llama una vieja sonriente. Cruzamos el patio zigzagueando entre cadáveres de jetskis y subimos por unas escaleras de lata. En el estrecho pasillo verdoso donde la seguimos, justo al otro lado de una oficina con ordenador, fax, nevera y lavadora (!!), nos señala una puerta blindada con reja metálica. Nos da la llave, nos invita a entrar e instalarnos. Al otro lado, como si fuera el plateau de alguna serie tipo Friends con un decorado único: ¡sorpresa! hay una habitación de hotel como cualquiera, que parece estar todavía por estrenar. Aún huele a plástico nuevo y pintura. Cama gigante, aire acondicionado, pedazo de pantalla, minibar, cuarto de baño con lluvia tropical, secador de pelo y muestras de champú L'Oréal... De no tener vistas al taller, nos olvidaríamos en seguida de donde estamos. Conseguimos un auténtico falso hotel: DOS habitaciones montadas en los 40 metros cuadrados sobrantes de esta planta del edificio. Facilitado por plataformas de reserva online como la que usamos y por el pragmatismo de una clientela rusa acostumbrada a todo e incluso a peor, es un autentico fake y vas a ser difícil conseguir que nos registren a la policía de estrangeros desde aquí... A ver, la habitación está MUY bien, no es la cuestión. A estas alturas y estas horas, no nos quejamos. Ni en este estado y este nivel de suciedad. Pero es curioso el planteamiento, eso sí. Entendemos que emprender y tirar pa'lante son el pan de cada día y abrazamos boquiabiertos esta máxima expresión del ingenio y la resiliencia de la PYME rusa. Nada de crisis aquí, solo el invierno siberiano que se traga a quien no espabila bien.

ladrillo y madera bajo el sol; símbolo omnipresente y silueta estrella del skyline; muestra representativa de arquitectura neo-cool.
Fundada en 1860, la ciudad fue hasta los años 2000 poco más que una base militar para "proteger los confines del Imperio" (sí sí) contra las amenazas pacíficas (¿vaya paradoja, no?) y contra la "amenaza japonesa" (así tal cual) en particular. Y es que, a más de nueve mil kilómetros de la capital, Valdivostok parece haber vivido siempre en una especie de limbo entre culo-del-mundismo desacomplejado y semi-olvido feliz. Perdida entre Il deserto dei Tartari de Buzzati y Un barrage contre le Pacifique de Duras. ¿Fortaleza inútil? Tal vez sí. Recordemos que durante toda la segunda mitad del siglo XX, Japón no tuvo ejercito. Pero bueno, debe resultarles más fácil así, teniendo a un enemigo mortal, un malo malísimo y una excusa para cerrar totalmente la ciudad a los forasteros entre 1958 y 1992. Curiosamente y a pesar de esto, se ve que parte de la población local sobrevivió gracias al comercio y al contrabando con el archipiélago vecino: un famoso mercado de coches de segunda mano de las afueras, por ejemplo, abasteció toda la Siberia oriental con Toyotas viejos cuyo único signo distintivo era el volante a la izquierda. Siguen circulando por la zona hoy en día oxidados, destartalados y con reducida visibilidad en las curvas pero ¿a quién le importa? El ingenio, la resiliencia, el alma rusa, etc...
revisitando un clásico muy clásico entre los clásicos: ahora bien, ¿dónde está Wallis?
Al parecer, la ciudad se volvió a abrir y salió del letargo en el 2012, tras recibir la reunión anual de la APEC (Cooperación Económica Asia Pacífico). Desde entonces, su desarrollo y su apertura al mundo han sido, dicen, espectaculares. Para el turista-peatón, Vladivostok se ve bonita y muy agradable - especialmente bajo el sol que nos consiguió la oficina de turismo para el día siguiente. Con su arquitectura variada (¿variopinta?) donde dominan madera y ladrillo, con colores cálidos, árboles y vistas al mar desde cualquier sitio o casi, la ciudad es una sinfín algo desordenaico de colinas urbanizadas, entrecortadas por bahías estrechas que juegan a ser pequeños fiordos. Atracción turística mayor, el funicular se da aires de belle époque baratilla, mientras que los muchos buses y tranvías horteras acaban de darle al pequeño gran puerto, un no-se-sabe-qué de San Francisco, la hermanada californiana. Con San Francisco, comparte cierto ambiente cool, artístico y hasta un poco zen, que contrasta con la efervescencia posh y la tensión centralista que sentimos en Moscú. A modo de Kerouac y demás poetas vagabundos místicos del Dharma, aquí tienen a los Mumiy Troll: super-héroes de barrio e hijos del país, pero que han hecho los deberes y tienen digeridas también algunas influencias psicodélico-setenteras del otro bloque. Mientras caminamos arriba y abajo con los ojos gran abiertos y agradeciendo el calor y el sol de mediados de agosto, llegamos a la conclusión de que debe de ser el bien nombrado Pacífico que lo templa todo: esta atmósfera West Coast alla Rusa nos parece deliciosa. Así pues, antes de coger el mítico ferry de los miércoles que une Rusia a Japón tras una noche de trayecto y una parada en Corea del sur, nos tomamos el tiempo de ir hasta un auténtico pequeño fin del mundo local: el faro Egersheld.

el faro Egersheld: en la punta de un estrecho banco de arena, en medio de la bahía.
Llegar al faro del fin del mundo es toda una epopeya y un resumen metafórico del viaje desde Occidente hasta acá: hay que cambiar de bus varias veces; hay que permanecer sentado hasta donde terminan las líneas y más allá; hay que despertarse a tiempo para no volver a salir en el otro sentido; hay que caminar hasta donde Yuri G. perdió la zapatilla y se la tuvo que traer de vuelta la perra Laïka; después, te ataca - ¿cómo no? - una blitz-lluvia asesina en la orilla del mar; hay que cruzar un estrecho ancho como dos o tres leñadores locales no más y eso, si tienes la suerte de que es marea baja porque sino directamente, hay que descalzarse y caminar sobre las aguas (cosa que la gente cool procura hacer para un selfie más impresionante aún, pero que requiere mucha más preparación de la que solemos permitirnos en un(t)raveling... como por ejemplo mirar en internet las horas de mareas y esas cosas). Pero bueno, allí llegamos: está lloviendo para variar y hay una chica que reina detrás de la barra del único bar que vemos abierto. Todo eso os suena demasiado familiar y es que claro... tiene eso la cultura pop universal. Estamos aquí tomando un café con leche hasta que deje de llover, mirando por el toldo como pasan pequeños barcos de pescadores o de contrabandistas trayendo de Cipango maravillas de tecnología hi-fi o menjares exóticos y refinados, mallas de nylon para las coquetas buriatas, ramen para los ejecutivos desbordados, o Ford sabe qué. Cuando por fin para de llover, terminamos la excursión simbólica hasta el faro del fin del fin del fin del fin del mundo. Malentablemente parece que todo fue un lamentendido: acá no hay ningún delfín. Y volvemos.
a ver chicas, os explico: para la selfie, hay que ponerse, ligeramente a contraluz y luego...
Es un llegar, es un hito y a partir de aquí, la sensación es que cada kilómetro más será un regalo. El fin del mundo está aquí, aquí podemos depositar lo que nos pese y seguir o volver, pero despejados. Este faro con los pies en el Pacífico invita a mirar hacia delante, da permiso de dejar atrás lo que le pertenece. Una sensación de paz invade los cuerpos, la tranquilidad se vuelve tangible, orgánica.

Luego este mismo día, tras haber ido a correos a mandar toneladas de postales, nos encontramos con nuestra ya muy querida M.-S. y gracias a ella, tenemos el privilegio de patear la ciudad del fin del mundo en compañía de T., una joven y encantadora estudiante siberiana, Vladivostokense de corazón. Se acaban de conocer en su pensión, T. está super contenta de conocer a castellano-hablantes nosotros de conocerle, y ella nos quiere dar a conocer su ciudad adoptiva y favorita. ¡Cuántos conoceres de repente! Caminante incansable, adicta al yoga y el fitness, T. nos lleva de paseo a buen ritmo hasta una especie de Turó de la Rovira local (com casa nostra, ¡no hi ha res!) en lo más alto: también con su propio bunker anti-aéreo y sus propias e inmejorables vistas. Nos lo cuenta todo y más en un inglés y un castellano perfectos; nos da la oportunidad de llevar el arte del selfie un paso más lejos, más arriba y más adelante en la luz seductora de una puesta de sol extremo-oriental; al anochecer, nos lleva al mejor puesto de blinis de la ciudad... y nos regala - de casualidad pero que no por ello se le quite mérito alguno - el placer de toparnos allí con la pareja de segundas del tren. Aquellos que nos sonreían, que tenían una varianza de edad de 225, aquellos que algún mal pensado se negaba en aceptar en el papel de padre e hija. Mientras esperamos nuestros respectivos blinis, nos cuentan que son, pues, efectivamente padre e hija (ya, claro...) y Australianos. Que ella estudia en Europa (en Berlín, puede ser), que él le vino a visitar unas semanas (sí sí, hombre!) y que aprovecharon para ir a Milano a ver a la otra hermana, bailarina (por supuesto), en un espectáculo de Opera-Ballet magnífico donde brilló que lo flipas... Y ahora, tras cruzar el viejo mundo en el Rossiya, se volverán cada uno adonde le toca. Padre e hija, por supuesto. Hay que reconocer que se parecen un montón, estos dos. Hum...

puesta de sol panorámica en el Turó de la Rovira de Vladiv: vistas a las bahías, al puente W y casi casi, a nuestro decorado de hotel.
Las chicas tienen ganas de celebrar, la noche es muy joven todavía y hay something in the air tonight. Nosotros soñamos con volver a nuestra lujosa habitación con vistas al taller de mecánico, hacer las mochilas con la ropa que la vieja de anoche nos lavó y planchó con mucho amor, pegarnos una ducha de lujo con lluvia tropical y muestras gratis de champú L'Oréal, antes de caer fritos en la cama. Igualmente, les decimos entonces que nos veremos a la mañana siguiente en el puerto, para despedirnos de T. y subir los tres otros (o sea, M.-S. y nosotros) al famoso barco que nos llevará un poco más allá del fin del mundo, si el espíritu del camarada Vladimir Ilyich quiere y si el eterno legado del camarada Josef no lo impide: todavía vuela sobre nosotros la sombra del aguilucho de la policía de estranjeros y del registro de hoteles... Llegamos a "casa" tras un infinito recorrido en bus y una no menos infinita caminata hasta el sitio donde la perra Laïka enterró la zapatilla de Yuri G. Abrimos la puerta blindada y entramos en el decorado de nuestra sitcom siberiana favorita. Risas grabadas. Fundido a negro. Un par de horas después, nos despierta el timbre del móvil. ¡Nos despierta el timbre del móvil! Es T., que nos explica que están en el auto de un amigo, conduciendo hasta y por los puentes gigantes, a tomar vodka en un lugar remoto con vistas a la autopista. Si queremos, nos pasan a recoger, que hay sitio en el auto y vodka para todos... Nos lo pensamos unos eternos cuatro segundos y nos parte el alma tenerle que decir que gracias pero no. Suspiros de decepción grabados. Fundido a negro. Suena el despertador. Son las ocho, el sol brilla y hoy saldremos de la madre Rusia para seguir nuestra aventura: a partir de ahora, más allá del fin del mundo.

adelantándonos: Wallis a punto de subir al Eastern Dream de DBS Cruise; T. despidiéndonos en la barandilla; adios, a ver... ¿Braâanboctok?

Llegamos de buena hora a la estación de los ferrys y nos encontramos con M.-S. y T. Compramos los últimos artículos de primera necesidad para el viaje, tiramos las últimas postales al buzón y nos metemos en la multitudinaria cola para abonar la tasa portuaria (unos 11 euros por cabeza) y luego recuperar nuestros billetes - cuando el voucher bajado de internet estipulaba que "no hace falta ticket, este documento es suficiente para subir a bordo". Para salir de Rusia, nos tienen que poner el sello de salida en el visado y para ello, se toman como mucho seis segundos para mirarse nuestros pasaportes, foto incluida. Mientras esperamos un largo rato ANTES de este control, Futuna está tan nervioso que suda como el protagonista de Midnight Express y termina despertando las sospechas de los agentes que nos mandan una y otra vez el perro (¿Laïko?) olfatea-drogas a repasar nuestras mochilas. Pero al bonachón del perro, le interesan menos nuestras mochilas que el día de la semana en que cayó el histórico vuelo del Yuri G.
Nos sellan los pasaportes y nos dicen algo que debe significar: "Ahora lárgate de aquí piltrafa y ni se te ocurra volver a pisar este país, porque tenemos montada toda una infraestructura para gente de tu estilo. Nos hemos leído tu blog y el oso te encontrará donde estés. Verás como el trabajo te liberará, ¡anda!". A lo mejor, solo nos dicen algo que debe significar: "Gracias por su visita y buen viaje". En el fondo, creo que nos acaban de sonreir. Con un zumbido en la cabeza, caminamos hacia la luz que tambalea al fondo del pasillo.
De repente estamos fuera. El muelle arde bajo el sol. La escalera chirría bajo el pie. La chapa lacada del barco es pegajosa bajo la mano. ¡Cuántas sensaciones! Ya no estamos en Rusia. Nos han dejado salir. Mejor dicho, nos han dejado entrar, cruzar y salir. La vibración de las máquinas se extiende por el barco, nos atraviesa. Entramos en resonancia con el barco, con el océano. Las gaviotas cantan. Huele a mar. Hemos llegado al fin del mundo y no hemos caído al abismo. ¡No hay borde! Todo esto sabe a vida, a libertad. Tenía razón Alan Watts: somos una expresión del universo entero, de la misma forma que la ola es una expresión del océano entero. Nos envuelve la luz. ¡Jolines! Qué exagerado este Futuna con sus miedos románticos e irracionales a veces. No era para tanto y definitivamente, las películas de James Bond no son adecuadas para todos públicos. El barco se pone en marcha. Se aleja el muelle del puerto de Владивосток y con él, se aleja Rusia entera. Más allá del fin del mundo, prepárate que vamos a por ti...


bye bye Vladivostok, hasta la próxima: vamos a comprobar que no hay borde...



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10 duros el kilo

Nuestra sección especial (hashtag 20 francs le kilo) para los fans de números, los preocupados por el presupuesto o los que tienen curiosidad por hacer camino sin aviones... Encontrarán aquí, pues, la verdad, solo la verdad y toda la verdad (redondeada y sin comas, eso sí):

 - Taxi: 500 rublos por unos 45 minutos de trayecto y búsqueda desesperada de nuestro "hotel". Está bastante por encima de la tarifa media recomendada, pero es lo que pudimos hacer dadas las circunstancias. Buses y tranvías: a partir de 20 r. por trayecto en zona urbana; qsp. 2 días y 2 personas: 300 r.. O sea, unos 12 euros (al cambio actual) en transportes.
 - el "hotel" nos costó 35 euros por noche en booking.com. Se encuentran opciones más baratas en la ciudad pero: 1- estaba TODO completo cuando reservamos desde Irkutsk, tras haber intentado encontrar CouchSurfing sin éxito y hasta el último minuto y 2- aún así "más barato" hubiese significado dormitorios NO mixtos: después de días de tren, nos apetecía una habitación. 70 euros para 2 noches.
 - compramos comida en el super (900 r.), lavamos ropa (500 r.), tomamos algunos cafés con leche y un par de blinis por allí (1500 r.) y mandamos un montón de postales (1000 r.).

Total: 140 euros todo incluido (absolutamente todo) para nuestra estancia en Vladivostok.

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